Granjeros urbanitas en el corazón de Tokio
El cultivo de vegetales comestibles ha dejado de ser cosa de jubilados en las grandes ciudades de Japón
ANDRÉS S. BRAUN - Tokio - 30/07/2010
Pocas ciudades del mundo han sufrido una transformación tan radical en el último siglo como Tokio. La estampa agrícola típicamente japonesa que siempre caracterizó a la llanura de Kanto -donde está la capital- les queda hoy a los tokiotas a varias horas en tren. Fruto de esa añoranza, es fácil encontrar en los rincones más insospechados de esta megalópolis pequeños huertos urbanos emparedados entre dos edificios o exuberantes invernaderos situados en las azoteas de los mismos, muchas veces sustentados por los abuelos y abuelas que añoran los tiempos en los que el campo quedaba en la esquina de casa.
Sin embargo, en los últimos tiempos el cultivo de vegetales comestibles se ha convertido en un nuevo pasatiempo para muchos habitantes de la capital japonesa y ha dejado de ser sólo cosa de jubilados. Detrás del fenómeno no sólo está la pasión por lo orgánico; también la creciente preocupación de los tokiotas por la seguridad alimentaria después de haberse destapado algunos casos de intoxicación relacionados con productos procedentes de China, el país que más vegetales exporta a Japón y también, el que sistemáticamente sigue despertando más suspicacia en los desconfiados nipones.
Varias empresas ya han tomado nota del nuevo fenómeno. Los grandes almacenes Tokyu Hands están vendiendo como churros un kit para cultivo de soja en interior que lanzaron hace poco, mientras que Soradofarm, una granja urbana que se inauguró en el tejado de la estación ferroviaria de Ebisu el año pasado, pretende satisfacer la fiebre agrícola de aquellos que no dispongan de un terrado o un huerto. Eso sí, a cambio de una cuota anual de unos 820 euros que permite explotar una parcela de tres metros cuadrados.
Incluso los restaurantes de comida rápida han tomado nota; la cadena Subway acaba de abrir un establecimiento en el distrito de Chiyoda que cultiva su propia lechuga con un sistema hidropónico a la vista del cliente. A un par de bloques de este local se hallan las nuevas dependencias de Pasona, una corporación japonesa especializada en recursos humanos que ha ido un paso más allá; se ha traído de vuelta el añorado arrozal -que durante siglos ha sido el pilar básico del país- a la ciudad. Hasta el punto de que lo ha metido literalmente dentro de la oficina.
Pasona ha diseñado las nueve plantas de su nueva sede como una granja y ha encasquetado en el edificio más de una hectárea y media de tierra cultivable en la que crecen más de 200 tipos de vegetales. Los dos primeros pisos están completamente abiertos al público: en la planta baja se han colocado un gran parterre cuajado de margaritas, un huerto hidropónico y un gran arrozal rodeado de macetas en las que brotan girasoles o berenjenas y junto al cual los oficinistas se reúnen a charlar.
En el segundo piso los empleados mantienen reuniones entre invernaderos, jardineras de plantas tomateras, pimientos y hierbas aromáticas o judías que crecen emparradas en el techo. Bajo sus asientos, se cultivan brotes de soja dentro de unos cajones. Éstos se cosechan cada diez días y se sirven en el comedor de la empresa junto con el resto de vegetales que crecen en el edificio, incluidos los 150 kilos de grano que se pueden cosechar cada año del arrozal.
Los encargados de regar y mantener por turnos la granja urbana, incluyendo las plantas y árboles frutales que crecen en los balcones de la fachada, son los propios empleados, por lo que durante la visita no es raro ver a un salaryman o a una office lady (nombre que reciben los oficinistas nipones) blandiendo una regadera o unas tijeras de podar.
Según la propia empresa, el objetivo no es sólo servir vegetales orgánicos a sus empleados, también crear un espacio ecológico (supuestamente, y pese a que el arrozal requiere un costoso equipo de iluminación, la granja reduce en dos toneladas la cantidad de CO2 emitido por el edificio cada año), disponer un ambiente que mejore la comunicación y el trabajo en equipo y, por último, intentar que sus empleados recuperen ese contacto con la naturaleza que hasta hace no mucho era algo completamente inherente a la identidad japonesa. Prueba de ello es que Chiyoda, el distrito donde está la oficina y que hoy es sinónimo de edificios, burocracia y atascos, significa en japonés "arrozal de las mil generaciones".
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